Cada vez que hago acompañamiento a personas de paliativos me siento inmensamente triste e impotente. Ver cómo se apaga por momentos la vida igual que una vela apunto de acabarse. Intentar entender sus palabras que apenas son tangibles. Su respiración, su tos asídua, sus ojos perdidos en el espacio. Aunque la luz de mediodia entra fuerte por la ventana parece que el guerrero de la muerte azecha pidiendo paso agigantado. Estoy segura que lo que hay después es una paz y felicidad inusual.
martes, 17 de julio de 2018
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